Sueño con Don Bosco
Un día tuve un sueño
Recuerdo un patio amplio, una pelota rodando, un mate compartido y muchos chicos corriendo felices. Yo estaba allí, parado en medio, observando cómo disfrutaban sus juegos, riendo y saltando con esa energía que contagia.
Por un momento, quise unirme a alguno de esos juegos, pero no podía moverme. Era como si una fuerza invisible me retuviera, clavándome en el suelo. De repente, en medio de ese caos de alegría, apareció alguien que no podía distinguir claramente. No lo veía bien. Intenté acercarme, pero era imposible. -¿Qué me pasa? Dios-, me pregunté una y otra vez. En ese instante, esa figura se dirigió a mí y me habló. Aunque estaba algo alejado, su voz me llegó como si estuviera a mi lado. Y esas palabras quedaron grabadas en mi memoria para siempre:
—Estos niños que ves felices aquí, enfrentan un futuro incierto cuando salgan de este lugar. Es nuestro deber, como animadores, marcarles el camino. Cruzando esa puerta, se abre un mundo lleno de sombras y dificultades, y debemos enseñarles la luz que los guiará en su recorrido.
Luego de pronunciar esas palabras, esa persona desapareció. Era muy extraño, pensé que podía ser Don Bosco, pero también esa forma de hablar me recordó mucho a mi primer animador, cuando yo era niño. La verdad, no sé quién era, pero tengo la certeza de que quiso dejarme un mensaje.
Al despertar, comprendí que ya podía moverme. Con una sonrisa, sentí las ganas de convertirme en parte de esas actividades en el patio. Sin embargo, algo llamó mi atención: uno de los chicos me miraba fijamente, sin moverse de su lugar, como si estuviera congelado, igual a como yo me sentí unos minutos antes.
En ese momento, desperté en mi cama, y todo había sido un sueño. Pero al reflexionar sobre esa experiencia, entendí mucho más: esa mirada del chico, esa quietud, era mi turno de transmitirle esas palabras llenas de esperanza y amor.
Porque cada uno de nosotros tiene un don, el don de predicar, de brindar una palabra de aliento. Así como en su momento nos ayudaron con un consejo o una presencia amiga, hoy nos corresponde seguir esa cadena. En cada patio, en cada rincón, hay un niño esperando un abrazo, una sonrisa, una palabra que le dé fuerzas para seguir adelante. Siempre habrá un niño que nos necesita. Si realmente queremos un mundo mejor, debemos empezar por ellos, desde abajo, desde el corazón.
¿Y tú, qué granito de luz puedes ser hoy para un niño o un joven que lo necesita? (Escribe en los comentarios)
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