El Día en que Empezó Mi Vida Salesiana: "La Semilla Que Mi Madre Plantó"
Hace muchos, pero muchos años, cuando apenas estaba por cumplir 10, mi madre tuvo una idea que, en ese momento, me pareció un poco extraña: quería sacarme los sábados de encima. Se ve que ya no me aguantaba en casa. Yo me portaba bien, que recuerde, pero a ella le parecía que yo tenía ganas de hacer otra cosa, algo que ni siquiera lograba definir con claridad.
Y así fue como me llevó al San Juan, la Parroquia Salesiana del barrio de La Boca. Entré allí pensando que me estaban dejando en un convento. No sé, quizás pensaba que quería estudiar para cura, ni idea. Pero en cuanto puse un pie en ese lugar, mis ojos se sorprendieron al ver a esos chicos de distintas edades corriendo por todos los rincones del patio.
Todo me confundía un poco. Algunos jugaban al fútbol, otros al quemado, a la escondida, a tirar de la soga... parecía una especie de kermés. Yo no entendía bien qué hacía allí, si ni siquiera conocía a nadie.
De repente, un joven se me acercó y me invitó a jugar con un grupo de chicos, mientras otro, un poco más grande, charlaba con mi madre. Yo pensaba: ¿Qué estará tramando mi madre? ¿Me querrá abandonar en ese lugar?
Recuerdo claramente ese primer juego. Dos chicos en el centro, en posición de guardia, con un pañuelo detrás del pantalón. La idea era sacarle el pañuelo al otro con una sola mano. Cuando fue mi turno, ni siquiera me di cuenta; me puse en guardia y, de repente, mi rival tenía el pañuelo en la mano, mientras se tomaba un mate y conversaba con otro. No sé cómo lo hizo. En ese momento, quería irme, me daba vergüenza.
Luego hicimos otro juego, y después otro más. Y así pasaron varias horas, hasta que llegó la hora de merendar. Todo el grupo se acomodó en una ronda gigante; repartieron mate cocido, casi amargo, que parecía costumbre beber así, bien caliente, en ese calor sofocante. Luego, un grupo distribuyó rebanadas de pan, y a los veinte minutos volvimos a jugar.
Mi madre permaneció siempre en un costado, observando. En esa época no existía el celular, así que por suerte no me sacó la vista de encima. Gracias a eso, participé en todos los juegos, porque entendí que no me estaba abandonando, sino que esa tarde algo iba a cambiar en mi vida.
Y así fue. Ese día marcó el inicio de una gran aventura, la que me llevó a formar parte de esta familia salesiana. Muchos años ligados a esta forma de vida. Aunque ahora, ya no como un niño en el patio, sino como empleado en otra Casa, que me abrió sus puertas hace tiempo, el Colegio Santa Catalina. Aún así, sigo tomando en serio cada tarea porque, de alguna manera, los destinatarios siguen siendo los chicos. Por eso, no pierdo el sentido de seguir animando, y menos de seguir acompañando, desde mi nueva posición.
No sé qué me depara el futuro, si seguiré vinculado a esta vida o cambiaré de rumbo. Pero tengo una certeza: aquella tarde, mi madre plantó en mí una semilla, sin siquiera saberlo.
¿Y tú, qué semillas estás sembrando en la vida de los otros, sin darte cuenta? (Escribe en los comentarios)
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