Cuento: Un vínculo que trasciende fronteras - Una llamada y el puente hacia Sofía (7mo Capítulo)
Pasaron un par de meses sin noticias. La rutina se había vuelto un peso insoportable: colegio, cenas en silencio, llamadas sin respuesta. Mateo sentía que la vida avanzaba mientras él seguía atrapado en el mismo punto, esperando una señal de Sofía.
Esa señal llegó una tarde, cuando el teléfono sonó con un número desconocido. Mateo atendió sin pensar, y al otro lado escuchó una voz débil, temblorosa, casi susurrada.
—Mateo… soy yo… Sofía.
El corazón se le detuvo. —¡Sofía! ¿Dónde estás? ¿Qué pasó?
Hubo un silencio breve, cortado por ruidos de fondo, como gente hablando en otro idioma y el eco metálico de un lugar cerrado. La voz de Sofía volvió, apurada, como si cada palabra fuera un esfuerzo.
—Estoy en… en Líbano. Nos trajeron como refugiados… pero no podemos tener contacto con nadie. Mi papá… tiene problemas serios con Israel. Nos vigilan.
—¿Con quién estás? ¿Tu mamá? ¿Están bien? —preguntó Mateo, pero apenas alcanzó a escuchar la respiración entrecortada de Sofía.
—Sí, con ella… Pero no es seguro. No tengo tiempo… encontré la forma de llamarte a escondidas. Tenés que creerme… —su voz se quebró—. Mateo, necesito que me ayudes…
El sonido se cortó de golpe. Silencio. La línea quedó muerta.
Mateo se quedó mirando el teléfono como si todavía pudiera traerla de vuelta. La única certeza era que Sofía estaba viva. Y ahora tenía un nombre: Líbano.
El fuego dentro de él se encendió aún más. Ya no era solo un eco ni una sospecha: Sofía lo había buscado, había arriesgado todo para pedirle ayuda.
Y Mateo, en lo profundo de su corazón, entendió que esa llamada no podía quedar en el aire.
Mateo no pudo dormir esa noche. La voz de Sofía seguía vibrando en su cabeza, repitiendo su súplica entrecortada: “Necesito que me ayudes…”
Al día siguiente, apenas terminó las clases, corrió a contarle todo a Leti. Ella lo escuchó en silencio, con los ojos muy abiertos.
—Mateo… si lo que decís es cierto, no podemos quedarnos quietos. Mi papá tiene contactos… quizá él pueda ayudar.
Mateo dudó. ¿Un empresario metiéndose en ese asunto? Parecía imposible. Pero Leti hablaba con tanta seguridad que decidió confiar. Esa misma tarde, los dos fueron a hablar con su padre.
El señor Salazar, un hombre serio, de traje impecable y mirada fría, escuchó a su hija sin interrumpir. Cuando terminaron, se quitó los anteojos y los dejó sobre el escritorio.
—Ir directo a Líbano es un suicidio —dijo con firmeza—. Está todo revuelto allí. Pero… —hizo una pausa mientras entrelazaba los dedos— tengo un socio en Jordania. Él colabora con fundaciones que trabajan con refugiados palestinos. Si realmente esa chica está en Líbano, lo más probable es que pase tarde o temprano por la frontera o por alguno de esos campos.
Mateo sintió que el aire le regresaba de golpe. Había un camino. Una posibilidad real.
El señor Salazar continuó: —No prometo milagros, pero puedo hacer unas llamadas. Lo que sí tienen que entender, chicos, es que esto no es un juego. Meterse en Medio Oriente es meterse en un tablero de ajedrez donde cada movimiento puede costar caro.
Mateo asintió en silencio. Lo sabía. Pero también sabía otra cosa: no importaba lo difícil que fuera. Tenía que encontrar a Sofía.
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